sábado, enero 17, 2015

Diseño del nuevo ser humano

Cocinar a partir de cero

La nueva dieta mundial exige, como premisa, cocinar los alimentos a partir de cero. Esto significa que debe terminarse o, al menos, limitarse el consumo de productos ya elaborados que, usualmente, se venden en los supermercados.

Cocinar a partir de cero demanda la compra de productos alimenticios frescos en mercados y, en el caso de México, de tianguis, e incluso de los supermercados.

De preferencia, deberían ser orgánicos, pero como esta condición no es tan asequible en los mercados, bastaría con ser frescos.

La noción de cocinar a partir de cero es una propuesta del Dr. Joseph Mercola, especialista que pugna por ese cambio y en cuya información cotidiana acompaña sus artículos con amplias referencias que las fundamentan.

No sólo es que piense que así debe ser, sino atrás de sus opiniones existen referencias a especialistas, entrevistas, comentarios y todo lo necesario para dar consistencia a sus artículos.

El origen de los desórdenes en la salud actual está en el consumo de alimentos altamente procesados que requieren conservadores para aumentar su vida en anaquel y que provienen de una agricultura insana que utiliza fertilizantes y agroquímicos para mejorar la producción de frutas y hortalizas.

En el caso de la carne, se recurre a antibióticos y otras sustancias que hacen crecer y madurar pronto a los animales de matanza.

La obesidad y toda su secuela de manifestaciones en la salud humana está relacionada con esos principios, sostiene.

Señala que, al igual, la raíz de la diabetes, hipertensión, problemas cardiacos y cerebrales, parkinson y alzheimer (estos dos últimos, en aumento permanente, casi en relación al incremento en el promedio de vida de las personas) está ahí.

Podría pensarse que lo anterior es privativo de Estados Unidos, país caracterizado por una economía de abundancia y hasta de desperdicio, donde las empresas de los alimentos son poderosas en lo económico y en lo político.

Pero la economía globalizada rompió fronteras y ahora esas empresas alimenticias dominan en la mayor parte de las naciones.

En el caso de México, la tradicional dieta nacional se vio arrollada por la llamada fast food (comida rápida) y, muy pronto, hot dogs, hamburguesas, maruchán y otras especialidades, de pronto, significaron un nuevo estatus social alimentario.

Atrás quedaron los guisos caseros y demás viandas que se preparaban en el hogar y que, en generaciones anteriores, fueron parte de los lunchs estudiantiles.

La primera reacción a ese modelo alimenticio fue la denominada slow food (comida lenta), que no impactó tanto en nuestro país.

Después vino el reconocimiento internacional de la cocina mexicana como valor inmaterial de la Humanidad, paso trascendental para redescubrir la riqueza y bondades saludables de la comida tradicional, arrinconada en las clases populares.

Ya tres décadas antes, las cocinas populares y las comidas corridas hacían frente a los pomadosos restaurantes en la preferencia de los consumidores.

Primero, lo hicieron por razones económicas; después, por la sencillez y exquisitez de los platillos que servían, más acordes al paladar de los mexicanos.

Ahora, existe una sana competencia entre ambos estilos de alimentación, aunque la balanza parece inclinarse hacia la comida tradicional mexicana.

Un paso importante lo dio la Secretaría de Educación Pública (SEP) al exigir a las cooperativas escolares retirar frituras y comida chatarra de sus anaqueles y ofrecer otro tipo de tentempié a los alumnos.

También exigir mayor tiempo a la educación física, dos principios de una nueva cultura en la salud de las nuevas generaciones.

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