El calendario es un instrumento conceptual para medir el transcurso del tiempo y marcar las fechas rituales importantes.
Sirve a la práctica médica popular, pues los días tienen sus aspectos fastos y nefastos que afectan a la salud, según la medicina popular mexicana, cuyo carácter es sólo cultural.
El almanaque más usado actualmente en el país es el gregoriano; sin embargo, todavía existen reminiscencias de versiones prehispánicas.
En el México prehispánico, había dos calendarios: uno ritual; otro relacionado con los movimientos del Sol y la agricultura. El primero abarcaba 260 días, cada uno representado por un signo y un numeral; contenía 13 coeficientes para cada uno de los 20 símbolos. Este calendario se llamaba tzol kin entre los mayas, y tonalpohualli entre los nahuas.
El calendario ritual se fusionaba con la cuenta solar que, a su vez, se componía de 18 meses de 20 días, y uno de cinco. Este último constituía un periodo especial dedicado a la oración y el ayuno.
En 1952, la investigadora S. W. Miles realizó estudios la presencia de calendarios prehispánicos en varias regiones de México y a 40 años de distancia, han aflorado más rastros prehispánicos, en particular entre los mixes de Oaxaca.
Aunque no fueron considerados en el estudio de Miles, actualmente se sabe que cuentan con ese tipo de mediciones precortesianas, pues usan un calendario ritual llamado ši:tu' y otro agrícola, denominado ipcma.yih.
El ši:tu' tiene gran importancia en la medicina nativa, pues indica las fechas propicias para ofrendar a los dioses, realizar curaciones y rendir culto a ancestros. En algunas ocasiones, permite establecer la identidad del alter ego animal o tona de ciertos individuos, dependiendo del día en que nacieron.
De los anuarios sobrevivientes, el mazateco, mixe y tzotzil destacan en la literatura etnográfica. Los tres comparten una serie de atributos, aunque no tanto respecto de la cronología que siguen y que es variable de una etnia a otra.
El calendario mixe no empieza en la misma jornada gregoriana que el mazateco. Éste, a su vez, concuerda con el de los tzotziles en cuanto al día de Año Nuevo, pero no lo hace en lo concerniente al mes especial de cinco jornadas.
Sin embargo, en los tres existe un periodo igual: el que comprende del 20 de julio a mediados de agosto y donde se incluye la época de la canícula, misma que aparece en el almanaque europeo y es originaria del Viejo Mundo, pero enlaza bien en las cuentas indígenas actuales.
Si se comparan las tres agendas, sobresale la mazateca por su vínculo con la práctica médica local. El primer mes, llamado chinihme (1 al 20 de enero), es época de profusa actividad ritual. En él, se realizan diversas ceremonias, como la wincha, cuyo fin es congraciarse con la divinidad terrestre Chikón Nangui, para procurar la salud y bienestar de la unidad familiar. Este es el periodo cuando los mazatecos rozan y limpian sus terrenos para los cultivos y deben pedirle permiso a la deidad cuyos dominios invaden. De no hacerlo, el ente puede castigar al agricultor enviándole una enfermedad. En el mes cheski (10 de febrero a 1 de marzo), los hombres cosechan las semillas de la Virgen (Turbina corymbosa) y las guardan para ceremonias adivinatorias y terapéuticas posteriores. Durante la temporada de chavia (2 al 21 de marzo), se preparan para sembrar el maíz, y nuevamente se congracian con el Chikón Nangui para garantizar la buena cosecha y salud del campesino. Chamastik (10 a 29 de junio) es especial, porque en él empiezan a brotar los hongos alucinógenos, panaceas de la medicina mazateca. Chandú (9 a 28 de agosto) es el tiempo de peligros y grandes aguaceros, coincide con la canícula; los aires abundan, las heridas se infectan y las enfermedades son más virulentas. La fiesta de Todos Santos cae en el mes de chakin (28 de octubre a 16 de noviembre), temporada cuando también hay peligro de contraer un padecimiento. Este anuario es propio de la mazateca alta, no hay indicios de él en la baja.
A diferencia del calendario mazateco, el tzotzil coloca los cinco días sobrantes en un mes llamado c'ayk'in, cuyo correlato gregoriano es del 24 de febrero al 1 de marzo (los mazatecos tienen sus días especiales del 26 de diciembre al 1 de enero).
Estos días muertos coinciden con el carnaval, lapso de euforia e irrupción del caos en la vida cotidiana. En el tzotzil, existe un mes relacionado con la canícula occidental, llamado hnick'in. Los cuatro meses que le siguen son peculiares: sus nombres delatan una asociación con el inframundo, ya que representan a los cuatro portadores del cosmos.
Según las creencias locales, durante estos meses las enfermedades aumentan y los peligros abundan, debido a que los días se van haciendo más cortos, y Sol comienza a perder la batalla contra los seres del mundo inferior.
Este lapso ocurre entre los solsticios de verano e invierno, y según la cosmología de la etnia, además de estar asociado a la tierra y el inframundo, en él destaca el principio femenino. Por eso, la mayoría de los festivales en honor de santas y vírgenes, como son María, Guadalupe, Santa Rosa y la Virgen del Rosario, tienen lugar en dicho plazo.
Para nahuas y popolucas del istmo veracruzano, el 24 de junio es de crucial, pues a las 12 de la noche sale la mítica serpiente de cascabel que inicia a los aprendices de curandero. Esta fecha coincide con el día de San Juan Bautista, que es el maestro curandero por excelencia. El solsticio de verano constituye un punto de inflexión, al igual que el equinoccio primaveral.
En esta región, el periodo que comprende estas dos fechas se conoce como el tiempo de figuras. Inicia el primer viernes de marzo e incluye la Cuaresma, Semana Santa y el día de San Juan Bautista. Es el momento propicio para enseñar las artes de la curandería y la recolecta, procesamiento y almacenamiento de plantas medicinales. También es el tiempo en que predomina la deidad solar pues es cuando los días se alargan. El Sol está en su extremo norte y ocurre el primer tránsito cenital (21 de mayo).
Lo interesante de la agenda católica para los tzotziles es que existe una mayor concentración de festividades dedicadas a las deidades femeninas, entre los solsticios de verano e invierno. Es decir, cuando el principio masculino: el Sol, alumbra menos horas, y las noches se van haciendo más largas.
La mayoría de los pueblos de México han sustituido el anuario prehispánico por el gregoriano, pero hay principios que subsisten. Por ejemplo, el vínculo entre la fecha y el nombre. En tiempos precortesianos, el día del nacimiento determinaba el destino del sujeto y su apelativo.
En la actualidad, sucede algo semejante: es común bautizar al niño con el nombre del santo que gobierna la fecha del nacimiento. El patrono e individuo comparten el mismo soplo anímico. Además, hay la idea de que ciertas jornadas fastas y otras nefastas, son similar a la que se tenían en tiempos antiguos.
Destacan los martes y los viernes, días cargados de energía, durante los cuales abundan los espectros enfermantes. En la región otomí, la imagen del Santo Entierro es benéfica, salvo en esos dos días, cuando auxilia a los brujos para que realicen sus sortilegios.
En los Tuxtlas, Veracruz, el primer viernes de marzo es el tiempo favorito de los hechiceros y la fecha cuando el demonio concede entrevistas. Para los mixtecos de San Sebastián, Oaxaca, los viernes y martes son fieros, y en ellos no se debe lavar porque los espectros acuáticos pueden enojarse y enviar enfermedades.
A pesar de sus connotaciones negativas, en Yucatán, ambos son propicios para la recolecta de plantas medicinales. En el viernes, la información etnográfica explica su aspecto luctuoso basándose en el cristianismo: fue el día que Jesús murió crucificado.
De manera similar, las horas también se clasifican en aciagas y benéficas. Las 12, sea del día o de la noche, es un momento delicado, pues las deidades diurnas cambian: el dios que rige la jornada deja su puesto para que lo tome otro. En ese lapso -especie de vacío de poder-, los númenes del averno pueden realizar sus fechorías.
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