Mi nombre es Martha y soy una tragona
Recuerdo, exactamente, cuando me empecé a sentir incómoda conmigo. Fue a los 10 años, cuando empecé a sentirme rellenita y súper fea. Mi dentadura estaba en pésimas condiciones y mi estado físico era pésimo. Tenía piojos y mal olor de pies. Me tenía abandonada y con la autoestima hasta el suelo.
Toda mi adolescencia estuvo acompañada de una gran necesidad de ser aceptada. Cuando me casé llegué a pesar hasta 88 kilos, rápidamente. Descubrí que tenía problemas con mi manera de comer. Mi sobrepeso me espantaba y, frecuentemente, recurría a una nutrióloga que me ayudaba a baja hasta mi peso, que es de 58 kilos. Ese gusto no me duraba nada. Los kilos se recuperaban, rápidamente. Sufría horrores, especialmente cuando me embarazaba, pues llegaba a pesa hasta 96 kilos.
Me sentía desesperada y veía claramente mi impotencia para dejar de comer, ya que, cada semana, compraba un pastel y un flan napolitano. Podía consumir hasta tres hamburguesas enormes de una vez, descansa media hora y seguir comiendo. No podía detenerme; tenía mucho miedo. Ya no me arreglaba, maltrataba a mis hijos y descuidaba a mi pareja. Lo peor era que confundía estar mal con estar bien. No lo entendía.
Llegué a Tragones, donde he perdido casi 27 kilos, y tengo una vida nueva y un plan de alimentación que me ha regalado a una nueva Martha. Hoy, mi cabello es lago y rizado, algo que nunca pensé usar; disfruto mi nuevo cutis, antes manchado; empiezo a arreglarme los dientes que casi pierdo a mis 37 años.
Mis vecinos y familiares, que no me habían visto, no me reconocen, porque mi expresión de amargura ha ido disminuyendo. Ni cuando era adolescente me sentía así. Gracias a Tragones Anónimos, a una madrina y, sobre todo, a algo que estaba ausente en mí: un poder superior.
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