martes, febrero 24, 2015

Rediseño del nuevo ser humano

Alimentos y salud

La alimentación, al igual que la salud y educación, son muy personales. Por eso, el fracaso de las dietas generales para quien desea bajar de peso.

Estudiosos de la alimentación redescubrieron lo que los antepasados sabían: cada persona requiere alimentos propios para mantener una buena salud.

Desde luego, existen líneas generales, basadas en el consumo de carnes, grasas, frutas, verduras y granos, tal como lo muestra la pirámide nutricional y de esta base se parte para adecuar los más necesarios para cada persona.

Actualmente existe una corriente mundial que pugna porque los alimentos que se consuman sean los más naturales posible, como respuesta a la comercialización insana que se hace de ellos en supermercados donde, para mantener la frescura de los productos o darles mayor vida en anaquel, les agregan conservadores, y para una fructificación mayor y rápida utilizan agroquímicos.

Esas dos condiciones podrían ser causa del aumento de enfermedades en el mundo moderno, ideado para una vida fácil y cómoda.

Ahora todo está a pedir de boca. Basta un telefonazo y los alimentos (cocidos o materias primas para su elaboración), se tienen en unos cuantos minutos.

Las amas de casa ya no tienen necesidad de ir al mercado ni de preparar los guisos, como lo hacían nuestros antepasados.

Como respuesta a esa “vida fácil”, surgió la tendencia a consumir productos frescos y variados. Tal vez, como reminiscencias del hombre primitivos que, a base de acierto-error, encontró los más convenientes para mantener su salud.

En esa misma dirección camina la FAO, al proponer la agricultura familiar, cuyo año dedicado a este rubro fue 2014.

Antiguamente, cuando no se habían popularizado los supermercados, las familias cultivaban parte de sus alimentos en los solares de sus casas y recolectaban otros en los campos cuando la mayoría de la agricultura era de temporal y las tierras descasaban uno año, que se llenaban de plantas y yerbas comestibles silvestres.

La agricultura comercial sustituyó esa práctica y dedicó las tierras arables a producir sólo aquellos que tenían valor en el mercado.

Algo similar ocurrió con la ganadería de traspatio en la que las familia criaban especies menores para complementar su alimentación.

Incluso, la opción de productos deshidratados era común en esos tiempos. Las amas de casa lo hacían para tener alimentos en tiempos de escasez cuando los rehidrataban y cocinaban.

La otra vertiente de este renovado sistema de consumo de productos frescos se da en la obtención de los que se generan en las propias comunidades.

Hace algunos años llamó la atención lo sucedido en un pequeño poblado norteamericano, en los límites con Canadá, donde los pobladores no dejaban entrar productos de otras regiones, sino sólo consumir los que se generaban en su propia comunidad.

En México, son comunes y muy apreciados los tianguis urbanos que ofrecen productos más frescos que los que se encuentran en supermercados.

De hecho, cada día ganan terreno entre los consumidores por razones más sencillas: simple sentido común.

Desde luego, esa lucha contra los productos ofertados en supermercados inició en países desarrollados, básicamente Estados Unidos y Europa, en especial la Unión Americana donde la epidemia de la obesidad hizo crisis en años recientes.

En Francia, desde hace tres décadas, el consumo de carne está en equilibrio al ofrecer en restaurantes platillos que contienen sólo 90, 100 y hasta un máximo de 120 gramos de carne; el complemento son verduras y granos.

Esta dieta podría ser la adecuada, pero habría que contemplar otros factores individuales para que cada organismo obtengan los valores nutricionales requeridos, de acuerdo a su propio proceso interno de aprovechamiento de los principios activos de los productos que consume.

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